Blogia
los cuentos del francotirador

El camino del exceso (o Siddartha v 2.0)

El camino del exceso (o Siddartha v 2.0)

Cuando el anciano y mil veces venerable lama Iddadehendra llegó a la pequeña aldea, acompañado por cientos de seguidores y discípulos, muchos fueron los jóvenes que sintieron en su corazón la llamada. Entre ellos se encontraba el humilde y discreto Dippendrha, que vio su pura alma conmovida al contemplar la gracia divina de cada pequeño gesto del lama y la sonrisa que adornaba su rostro, la sonrisa de quien ama todo lo vivo y se sabe cerca de Buda, destruido ya su ego y quedándole tan solo un millón de vidas por vivir hasta alcanzar por fin el Nirvana, el estado divino en el que el tiempo no existe, hecho ya el Uno con lo Eterno.

Fue por ello que Dippendrha adoptó los votos de los discípulos de Iddadehendra y vistió la túnica amarilla de los buscadores de la Verdad, y únicamente cuando los enormes y bellos ojos de Ambika, su amiga, se tiñeron de tristeza al recibir la noticia, Dippendrha sintió el veneno de la duda en su corazón. Pero tan sólo al final del camino escogido aguardaba el antídoto contra la duda, contra toda duda, así que se despidió de Ambika con una casta reverencia y partió hacia el bosque, donde el lama y su comitiva pretendían pernoctar unos días, para continuar luego con su peregrinación.

No fue ese el camino tomado por Yunus, amigo de la infancia de Dippendrha, que recibió con un encogimiento de hombros la decisión de su amigo, deseándole suerte en su búsqueda con una amistosa sonrisa. Ello entristeció a Dippendrha, que veía como Yunus malgastaba sus días en la taberna, disfrutando inconscientemente de los placeres de la bebida y el juego. Pero ese era el camino escogido por Yunus, si tal existencia podía considerarse camino, por lo que Dippendrha trató de transformar su tristeza en compasión, y se despidió también de su amigo.

Pasaron los días y tras los días los meses y tras los meses los años, y Dippendrha viajó por los polvorientos caminos de la tierra y por los polvorientos caminos de su alma, sin apenas prestar atención a los primeros (una ilusión de sus sentidos, al fin y al cabo), siguiendo los gráciles pasos del divino Iddadehendra. Cada gesto suyo era una caricia a la creación, su sonrisa una declaración de amor correspondido a todo lo existente, y Dippendrha se esforzaba en asemejarse al divinal lama, buscando en la meditación el vacío perfecto en el que el tiempo y la materia, por fin, no existían, y el alma se convertía en la flor más bella nacida de la materia más impura. Om mani pad me hum. Tales eran los trabajos en los que el esmerado Dippendrha encadenaba los días y tras los días los meses y tras los meses los años.

Tan solo las noticias que, de vez en cuando, llegaban de su pequeña aldea, rompían la armonía que Dippendrha se esforzaba, día tras día, mes tras mes, año tras año, en construir: su amigo Yunus había adquirido fama de crápula disoluto, yaciendo con cuanta mujer accediera gustosa a sus deseos, gastando el dinero obtenido en descastados trabajos en las tabernas y en el juego, calentada su piel más a menudo por la fría luz de la pálida luna que por los cálidos rayos del benigno padre sol. Yunus era amado por las mujeres y odiado por los hombres, excepto por las mujeres de los hombres con los que compartía vino y juego, y por estos últimos. Y Dippendrha, desde la lisa y recta senda que conducía al Nirvana, al fin del tiempo, no pudo más que sentir gran pena por su amigo de la infancia, hundido en el negro fango de un pantano sin senda que recorrer.

Y llegó el triste y a la vez jubiloso día en que el mil veces venerable lama Iddadehendra murió por novecientas noventa y nueve mil, novecientas noventa y nueve última vez, y lo hizo con su eterna sonrisa dibujada en el rostro. Una sonrisa que reflejaba la satisfacción de a quien todo lo que veía satisfacía, pues de todo conocía la naturaleza secreta; esa naturaleza secreta que Dippendrha trataba de hallar, esa eternidad sin tiempo que se escondía tras el constante incordio del momento, tras la incansable trampa del instante que a la eternidad, el fin y el todo de todo instante, negaba inundando los sentidos de colores, olores y sensaciones, que a los imperfectos sentidos, sensibles tan sólo a lo material y tangible, engañaban, ocultando lo inmaterial y lo intangible, la naturaleza secreta de todo lo existente, de lo eterno.

Y fue entonces, tras la muerte del lama, que Dippendrha, como aplicado discípulo con la misión de recorrer la tierra llevando a los hombres el mensaje de Iddadehendra, decidió volver a su pequeña aldea tras muchos días, muchos meses, muchos años, ausente.

Llegó una luminosa tarde, poco antes de la estación de las lluvias. Dippendrha había recorrido en peregrinación muchas tierras y atravesado muchas aldeas, pero ninguna de ellas había conmovido su espíritu como aquella en la que había nacido, al contemplarla allí, entre montañas, tras doblar el último recodo del camino. Sin prisas, entró en la pequeña aldea saludando con una reverencia a cuanto vecino se encontraba, reconociéndoles él a todos pero sin reconocerlo a él ninguno.

Dippendrha, sin saber muy bien porqué, se sorprendió sintiendo una incómoda turbación interior. Pero siguió caminando.

Chiquillos que no habían nacido cuando él partió jugaban escandalosamente en la embarrada calle, deteniendo la mayoría sus juegos para contemplar, sonrientes y curiosos, al extraño extranjero de amarilla túnica. Uno de esos niños llamó poderosamente la atención de Dippendrha por sus enormes y bellos ojos; los mismos enormes y bellos ojos de Ambika, su amiga. Y su turbación aumentó, por lo que Dippendrha, guiado por un involuntario e irresistible impulso, sintió la necesidad de atravesar con rapidez la pequeña aldea, y recuperar la serenidad perdida en algún rincón apartado. Junto al río, por ejemplo. Y hacia allí se dirigió.

Pero junto al río no le aguardaba la serenidad perdida sino Yunus, que dormía la borrachera bajo un árbol. Dippendrha sintió una alegría desbordante al contemplar a su amigo, al que suavemente, con una sonrisa, despertó.

Yunus abrió los ojos somnoliento y, tras unos instantes de desconcierto, estalló de júbilo.

-¡Dippendrha!- exclamó. Y los dos amigos se fundieron en un abrazo.

-¡Dippendrha, amigo, qué alegría verte!- continuó Yunus, deshaciendo el abrazo para poder observar el rostro de su amigo.-¿Cómo ha ido tu peregrinación?¿Encontraste lo que buscabas?

- Lo que busco no es fácil de hallar en una vida, y quizás tampoco en varias. Pero, a veces, no es tan importante llegar al destino como hallarse en el camino- contestó Dippendrha.- No es fácil abrir el tercer ojo con el que contemplar lo intangible y lo eterno...

- Pues yo sí que he estado abriendo algún tercer ojo que otro...- respondió Yunus con una pícara sonrisa que Dippendrha, desconcertado, no estuvo muy seguro de haber comprendido.

- Ya, bueno...- prosiguió Dippendrha.- Algunas noticias me han llegado en todos estos años acerca de ti, Yunus, y la verdad es que no han sido en absoluto de mi agrado y me han provocado profunda tristeza.

La sonrisa alegre de Yunus desapareció de su rostro.

- Me dijeron que dedicabas tus días y tus noches a la bebida y al juego, gastando tus exiguas ganancias en complacer a tus amigos de taberna, y que yacías con toda mujer que accediera a tus deseos, ya fuera por vicio o por inocencia...- continuó Dippendrha con una mezcla de compasión y firmeza en su voz, mirando a Yunus fijamente a los ojos.- Que te has dejado llevar por tus impulsos egoístas, siendo amado por los pecadores y compadecido por los virtuosos...

- Si tales virtuosos me compadecieron, como dices, muy virtuosos no debían ser, pues, al igual que tú, pecaron de soberbia.¿Acaso ellos y tú, al atreveros a juzgarme, no estáis pecando de ella?

Dippendrha miró a su amigo, desconcertado.

- Dices que me he dejado llevar por mis impulsos egoístas...- continuó Yunus.- Pero,¿no partiste tú tras los pasos del lama pensando únicamente en ti mismo?¿Tuviste en cuenta los sentimientos de los demás?¿Los de Ambika, por ejemplo?

Los ojos de Dippendrha se abrieron más, mientras escuchaba atentamente a su amigo.

- Si lo que querías era destruir tu ego, empezaste mal... pero no era yo nadie para juzgarte.

- Pero yo escogí el camino que podía llevarme a la destrucción de ese egoísmo, hacia lo eterno y lo verdadero- se defendió Dippendrha.- Tú buscaste solo el disfrute del instante, viviendo en un egoísmo continuo y...

- Como ya te he dicho antes, todos, incluido tú, vivimos en un egoísmo constante. Tú te has preocupado de tú interior y yo de mi exterior, con la única diferencia de que yo no he juzgado si tu camino era el correcto o no, porque era el tuyo, y tú sí has juzgado el mío. Además, tu búsqueda de la verdad no causaba ningún mal a nadie... excepto a Ambika, quizás, pero eso ya no importa. Por otro lado,¿qué hay de malo en disfrutar del instante?¿Porqué tanta prisa por llegar a la eternidad?¿Qué importa llegar antes o después a donde ya no existe el tiempo? Personalmente, me parece una idea un poco estúpida, la verdad...

Dippendrha no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

- Hablas de las mujeres con las que he yacido como de viciosas o ingenuas, negándoles el derecho al goce como si eso fuera de tu incumbencia. Como si el goce fuera malo. De nuevo, soberbia. Y hablas de mis amigos de taberna dando más importancia a la palabra taberna que a la palabra amigos, lo que, en verdad, como amigo tuyo, me apena.

Dippendrha trató de responder a eso, pero las palabras no acudían a su boca.

- Tú decidiste buscar la eternidad, y yo el fugaz momento. Y pocas veces mi alma se ha conmovido, ante tanta belleza, como en el momento en que contemplo, con mis ojos y con mi cuerpo, a una mujer disfrutando de un instante de gozo pleno; un instante en el que ni para ella, ni para mi, existe el tiempo o la muerte. Si eso no es la eternidad, que baje Buda y lo vea.

Dippendrha contemplaba en silencio a su amigo, que admiraba ausente la corriente del río mientras hablaba.

- Y esa eternidad se encuentra bajo muy diversas formas, pero todas bajo la conciencia plena de lo eterno de un instante, y de lo fugaz de lo eterno.

Yunus miró de nuevo a Dippendrha, que contemplaba a su amigo como nunca antes lo había hecho. La alegre sonrisa de este había vuelto a su rostro.

- Porque ese es el problema que tiene la eternidad: que dura muy poco.

Las palabras de Yunus causaron una fuerte impresión en Dippendrha, que, por vez primera, olvidó buscar la eternidad para detenerse en el instante. Detenerse a contemplar la preciosa tarde en la que se había reencontrado con su amigo, sentir, por vez primera, los cálidos rayos del sol en su rostro, sentir, por vez primera, el frescor de la hierba bajo sus pies. Una tarde perfecta en la que el río, los árboles, las montañas, eran él mismo y él era todo eso, pues él formaba parte de esa tarde, de ese paisaje, de ese instante, como formaban parte de él el río, los árboles, las montañas. Ese instante, ese fugaz momento, se volvió eterno cuando Dippendrha se convirtió en parte de él.

Y Dippendrha, al descubrir por vez primera la belleza de todo ello, sonrió como nunca antes lo había hecho, pues su sonrisa era una declaración de amor correspondido a todo lo existente, y reflejaba la satisfacción de a quien todo lo que veía satisfacía.

Al fin y al cabo, el lama Iddadehendra había sido un pringao. Tan solo le quedaban un millón de vidas por vivir.

3 comentarios

ugg classic short -

Wow that's interesting. Good news though, they make easy to use bikini hair removal creams. They work just as good as a wax for women who still want to be clean down there.

el_rey_de_amarillo -

Muy en tu línea de pensamiento, y con la que concuerdo de manera plena: la eternidad del instante.

e -

aquí
h
o
r
a

saluditos!