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los cuentos del francotirador

El economista comunista

Andrés estudió economía para salvar el mundo. Era realista, sabía como funcionaban las cosas, no como esos pijos que iban de jipis pero que, con la excusa de estar en contra del Sistema y querer cambiar el mundo, no daban un palo al agua y vivían de forma “alternativa”: alternaban la kasa okupa con la casa de sus padres.

Andrés no. Andrés era master en economía por la UPD con estudios de postgrado en la UFI a los veinticinco años, pero de izquierdas. Un rebelde. A él no le habían regalado nada. Rechazó el dinero de su padre y se pagó la carrera trabajando duro, los veranos, en la consultora del mejor amigo de su padre, y socio mayoritario de la empresa en la que ahora se encontraba, en su primer día de trabajo, deseando cambiar el mundo. Porque Andrés estaba concienciado: había obtenido las mejores clasificaciones en Ética y Responsabilidad Social Empresarial, formaba parte de una nueva generación de economistas preocupados por la clase obrera, por los derechos de los trabajadores, en otro tiempo rivales, ahora aliados en la tarea de componer el perfecto mandala de la sociedad de consumo: compartamos los televisores de plasma, disfrutemos todos del placer de conducir un gama alta; gastad, os lo pondremos fácil. Ya no existen las cartillas de ahorro, ahora tenemos las cuentas superplus. Disfrutad ya y pagad en trescientos sesenta cómodos plazos. Y nos enrollamos con la juventud: facilidades para pedir hipotecas a cincuenta años de interés variable a pagar con el 70% del sueldo de ambos (porque lo natural, por supuesto, es vivir en pareja) pero, eso sí, os libramos del impuesto de tasación y, atención, ¡a no pagar hasta septiembre! Para que os podais ir de vacaciones, perdón, ahora lo llaman viajar.

Sí, Andrés creía en las posibilidades de este mundo regido por El Sistema. Así, en mayúsculas. Ese Sistema que los jipis criticaban en los botellones cuando eso era lo único por lo que sabían luchar: los botellones. O como esos fascistas de extrema izquierda que, alegando mejoras sociales, querían acabar con la libertad del pueblo soberano de no permitir que asesinas en su irresponsabilidad abortaran, que el país fuera invadido por delincuentes que decían venir a trabajar pero a los que nunca veías en la obra, en los talleres, en el campo, en restaurantes y cafeterías, sino delinquiendo por ahí; la libertad de no permitir que los maric… perdón, enfermos, hicieran oficial su relación (¡suficiente era tolerarlos! Porque Andrés era tolerante), o que hubieran separatistas radicales cargados de odio que, envueltos en su supuesta pero ficticia bandera, que nada representaba en comparación a la gloriosa y entrañable ondeando en la mañana rojigualda, reivindicaban su abstracta nacionalidad con fanatismo ciego, no reconociendo que pertenencían a España! España! España!

Andrés era de izquierdas, un amante de la libertad, por eso odiaba a los nacionalistas. Y a los que decían que eran de izquierdas y querían un mundo mejor, pero no hacían nada por cambiarlo. No como él. El Sistema era un gigante formado por millones de seres humanos donde, día tras día, y sincronizándose con la precisión de un reloj, todas las piezas, desde las más pequeñas (los antaño trabajadores, ahora consumidores) a las más grandes (él) eran importantes para que el mundo siguiera girando. Y si querías realmente cambiar el mundo, mejorarlo, tenías que esforzarte. No como los jipis, o esos que, por vagos, por no haber estudiado, ahora tenían que levantarse cada día a las cinco o seis de la mañana y atestar solitarias paradas de autobus en frías madrugadas, malgastando sus vidas en una rutinaria sucesión de días iguales unos a otros, no pudiendo ver crecer a sus hijos para poderles comprar la playstation, aunque fuera la 2, viviendo hacinados lejos del sol en barrios con vistas al centro comercial (de nada) y antena de telefonía móvil en el tejado.

No. Él no era como esos vagos. Él era de izquierdas. Un rebelde.

Y en ese círculo poliédrico y perfecto que era El Sistema, se acoplaba con la precisión intrínseca del Sacramento de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo son uno y son tres, la economía. Sistema y economía eran uno y eran dos. Por eso él era economista: porque haciéndose uno con la economía se hacía uno con El Sistema, no lo destruía sino que lo transformaba por dentro utilizando sus mismas reglas; era como Bruce Lee y el kungfu, como cuando el bueno se enfrenta a su reflejo oscuro y se une con él para neutralizarlo y hacerse más fuerte; como Luke Skywalker, como un samurai. Como un marine de los que van en misión humanitaria a instaurar la paz por tierra, mar y aire, a llevar la democracia y mostrar a los pueblos oprimidos la grandeza del pacífico y civilizado occidente, de su Sistema, abriendose paso valientemente con tanques, zonas de seguridad, cacheos y controles, asesinatos indiscriminados, violaciones, robo de materias primas y expolio de obras de arte, formación de gobiernos títere no representativos elegidos a dedo y dependientes militarmente de una fuerza invasora.

Por la libertad. Por la economía. La misma cosa, al fin y al cabo.

Sí, Andrés era como uno de esos marines, un guerrero en un mundo de épica medieval, una armadura era su traje, una espada su corbata. Y entrando en el sistema podía cargar contra los verdaderos gigantes que hacían de éste un mundo imperfecto, no como esos ilusos que los confundían con molinos; él podía actuar, podía ayudar a resolver las injusticias del mundo utilizando El Sistema, el poder que éste proporcionaba; porque, era evidente, El Sistema no era del todo justo. O, mejor dicho, no era justa la utilización que la humanidad hacía de él, y nada indignaba más a Andrés que la injusticia: la caza de las ballenas, por ejemplo (aunque no caía en la ciega demagogía de condenar la caza y los toros, actividades ambas que contribuían a la conservación de especies que, si no fueran abatidas a perdigonazos o apuñaladas hasta la muerte, ya estarían muertas), la desforestación del Amazonas (la del pueblo costero donde tenía el chalet no importaba; al fin y al cabo, poco debía aportar un bosque de pinos mediterráneo a la capa de ozono), o la conservación del patrimonio (para lo cual nada mejor que donar dinero a la iglesia católica, ya que, culturalmente hablando, España era un país de arraigada tradición cristiana, firme y robusta como uno de sus emblemáticos campanarios, la Giralda, y dejar el patrimonio en manos del ministerio de cultura era peligroso, porque solía estar en manos de uno de esos jipis que decían querer cambiar el mundo pero llegaban a ministros de cultura, esto es, unos vagos chupópteros, como todos los artistas (otros que vivían de espaldas a la realidad), provocando con su pésima gestión que se perdieran bienes culturales que la historia puso ahí, buena o mala nuestra historia, nuestra cultura, algo vivo, cuyas raices se hundían en un pasado común y por tanto a conservar, aunque para algunos rencorosos la historia fueran aún sus recuerdos, la cultura las cartas y documentos expoliados por los asesinos de sus abuelos, el pasado la mañana en la que se llevaron a sus padres).

Sí, ahora Andrés estaba en El Sistema pero era un economista moderno, de nueva generación, como su móvil, como su ordenador, como su coche, como su agenda electrónica, como su blackberry, como su Ipod, como su consola, como su cámara de fotos y video, como sus videos porno de internet.

Sí, Andrés vivía al límite como el joven desenfadado y vital que era, el mundo era suyo pero se preocupaba por los pobres como un moderno Robin Hood, que, pese a pertenecer a la nobleza, ayudaba a los plebeyos. Como Bruce Wayne.

Iban a tener todos casas dignas. Y cuando decía “todos” quería decir “todos”; por eso se construían tantas viviendas. Hasta en el desierto. Y campos de golf, para que pudiera jugar todo el mundo, hasta los que vivían en el desierto (la ecuación era perfecta, beneficio para los ciudadanos y beneficio para las grandes constructoras que daban trabajo a esos ciudadanos). Segundas residencias para todos en la montaña, con el consiguiente provecho para la población rural, hasta ahora condenada al exilio urbano, aún a costa de esas mismas montañas que constituían su riqueza. Todos viviendo como millonarios, la igualdad definitiva. El comunismo capitalista.

Y, por fín, había llegado el momento de hacer de éste un mundo mejor: Andrés tenía ante sí su primera tarea.

Nuestro héroe estudió los informes y sintió cierta decepción: debía comprobar la viavilidad de una operación de venta de stock interno entre oficinas satélite (ISSISO), una operación rutinaria, no sería fácil ayudar al mundo y a las ballenas con un asunto a primera vista anodino, pero pronto se animó al comprobar que la oficina satélite se encontraba ubicada en un país del tercer mundo: las Islas Caimán.

Pobres negritos. Se le presentaba una magnífica oportunidad de hacer el bien, así que Andrés se puso manos a la obra: resultaba que la oficina satélite del tercer mundo estaba sufriendo graves pérdidas, seguramente debidas a la frágil economía del país, y devolvía grandes cantidades de stock que viajaban cada cierto tiempo, sin ser desembaladas, con la compañía de transportes de otro amigo de su padre que ingresaba por ello cantidades millonarias (otra vez el círculo perfecto de la armoniosa economía), y la oficina central se veía en la penosa obligación, asumida a juzgar por los implicados personalmente en la operación, por miembros de las muy altas esferas, a invertir en la desdichada oficina de las Islas Caimán grandes cantidades de dinero; muy grandes si se tenían en cuenta el valor en bolsa de las acciones que Andrés poseía de su empresa (Andrés invertía en bolsa porque no le gustaba el dinero, y solo lo quería para, precisamente, no tener que preocuparse por él; Andrés era también un bohemio), pero le habían asegurado que sus inversiones estaban a salvo, y reforzaba su confianza en la empresa, en El Sistema, el ingreso en su cuenta corriente de un importante bonus valorando por adelantado su profesionalidad y discreción, habiendo sido felicitado (¡personalmente!) por alguno de esos ilustres miembros de las altas esferas, la operación personalmente elaborada por los cuales (Personal Acting Master Section Advising, PAMSA) comprobaba.

Y era una operación impecable, matemáticamente excelente, todo encajaba con la precisión de una melodía perfecta, la exactitud en el detalle y el todo de un mandala tibetano; Andrés lo sabía porque también viajaba. Era un hombre de mundo, y un romántico.

 

4 comentarios

francotirador -

bob marley te oiga, e. yo también te quiero.

e -

Todo va desaparecer, comunistas y hippies, economia y arte, españa y el mundo.

Te quiero tío.

Vida Puta y Con Cirrosis -

Y ahora sin coñas, la verdad es que ya tardabas en abrirte una covacha de estas, me extrañaba tu tardanza.

Abrazo y nos leemos.

Javi.

El otro Francotirador -

Veo que no debiste leer mi anterior post, forastero:

http://tannhauser.blogia.com/2008/020301--sniper-.php

De lo contrario creo que te lo hubieras pensado dos veces antes de venir a mear en jardín ajeno. Ahora ya está echo, duelo al amanecer -o en el parking subterráneo-...

Y recuerda, Sólo puede quedar Uno...