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los cuentos del francotirador

El hombre con una viga en la cabeza

 

Había algo extraño en ese hombre. Al principio la gente no se detenía a mirar, caminando con la ensayada prisa de una mañana soleada y fría de invierno. Pero había algo extraño en ese hombre que distraía por un momento a los viandantes de sus inexpugnables tribulaciones, y ese algo removía una curiosidad domesticada con el transcurrir de los días, pero latente.

Ese hombre tenía una viga de acero atravesándole el cráneo. Una viga grande, gruesa, que clavaba al hombre en la acera, manteniéndole en pie pero en una posición que se diría retorcida y grotesca. Pero bueno, qué más da, se preguntará el lector como se preguntaban las anónimas gentes de bien testigos de tan extravagante comportamiento; al fin y al cabo cada uno es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo si no hace mal a nadie. Pero eso es solo teoría, una buena idea manipulada por los hipócritas que se amparan en el respeto como se ampara cobarde el avestruz en la tierra. Una idea que protege del miedo a lo desconocido, que deja de dar miedo cuando se conoce. Porque las mentes de esas gentes de bien, como ahora la mente del lector, se hacían preguntas tendenciosas acerca del hombre con la viga en la cabeza. Algunas eran visibles en las muecas de desaprobación que los viejos hacían al pasar por su lado, mostrando un desprecio que, tras tantos años, se habían cansado de ocultar, total ya pá qué. Otros se detenían junto al hombre con la viga en la cabeza mirándole desafiantes a los ojos, vacilones pero cautos, enseñando los dientes mintiendo la distancia, como babuinos que no se atreven a bajar del árbol. Quien se había creído que era ese pimpín para hacer... eso, lo que quisiera que fuera pero que no entendían, motivo suficiente para coger una tibia de gorila y chillar dando saltos. Pero el hombre con la viga en la cabeza permanecía indiferente, con la mirada desorbitada contemplando el vacío en la misma posición grotesca, quizás era un tipo extravagante pero no carecía de valor, sin duda, y los sheriffs de pelo a cepillo y rieju no se iban, le perdonaban, deseando llegar para contarlo a Casa Paco.

Pero no todo es desconfianza y rencor en el corazón de los hombres y los viejos, aún la inocencia de la curiosidad puede enmascararse de preocupación y caridad cristiana, y la inocencia, como su propio nombre indica, es inocente. Así que una mujer mayor, víctima de un repentino flashback que la devolvió a cuarenta y ocho años antes, Madrid, España, 1959, Amparo llora en las escaleras de la casa para madres solteras de las monjas de la caridad sosteniendo a su bebé en brazos, y aquel hombre, cortés, le enseña a Amparo la cara y la frase a usar en estos casos:”¿Le ocurre algo?”. Y aunque, sin duda, aquel hombre cortés no era detective, no era necesaria en estos casos tanto la perspicacia como la sutileza, así que la señora mayor, que se llamaba Antonia, se acercó al hombre con la viga en la cabeza y le dijo, poniéndole la mano en el hombro como hizo aquel señor:”¿Le ocurre algo, joven?”(Antonia siempre había tenido una vena creativa reprimida, no exenta de cierto gusto por la provocación).

Tanta amabilidad y sutileza no conmovió al hombre con la viga en la cabeza, que permaneció impasible, con la mirada perdida, como si no fuera con él la cosa. Como si oyera llover. Pero ello no convirtió la generosidad desinteresada de Antonia en fundamentada (de fundamentalista) ira. Igual estaba drogado, igual el hombre con la viga en la cabeza era yanqui, así que Antonia, reforzada por la magia del escenario al saberse contemplada por los otros transeúntes, vanidad vana ya que para los otros transeúntes era ella mera excusa para enfrentarse a lo desconocido, al hombre con la viga en la cabeza, Antonia, digo, dijo:”¿Se encuentra bien?”, para luego, utilizando un recurso fácil teniendo en cuenta su ética de artista, añadir:”¿Le ocurre algo?”.

De nuevo, el hombre con la viga en la cabeza no dijo esta boca es mía. Ni nada.

El tumulto formado por los curiosos alrededor del hombre con la viga en la cabeza no tardó en llamar la atención de Jaime, número de placa 783889 y dos números más, agente municipal emparentado con la familia de los funcionarios rama expeditiva (de pedo), y joder, no, tenía que ser hoy, en su turno, cuando estallara el caos y la tercera república en su zona de patrulla, se había formado un alboroto en su calle, seguramente mediante sms, esas madres volviendo de comprar el pan podían estar armadas, esos cochecitos de bebé podían ocultar racimos de ántrax, viñedos enteros, ese parvulario lleno de niños podía ser la tapadera de un campamento de entrenamiento terrorista de esos que salen en la tele, contradictoriamente llenos de pistas americanas, o quizás por eso mismo. Esos obreros de la construcción que contemplaban entre ostiaputas y lahemoscagaomisters la rotura de la sujeción de un elevador de vigas gruesas de acero podían formar una célula durmiente con mal despertar, sin duda alguna cancerígena para el maltrecho recto de occidente, putrefacto de tanto cagarla. Pero no. Como descubrió Jaime con alivio, tan solo se trataba de un tipo con una viga en la cabeza, seguramente un panc. Los polis de verdad, los que estaban en las calles, los llamaban pancs. No punquis, como esos pisaverdes que tramitan los dni o los pasaportes. No. Jaime sabía reconocer a un antisit... antitit... antisistema cuando lo veía, al fin y al cabo era un poli de verdad, de los de raza, de los que sacrifican materia cerebral para concentrar todas sus energías y facultades en ver lo que los indefensos e ignorantes ciudadanos no ven y en resolver tales situaciones, actitud propia de quien ha mirado a los ojos a la muerte y por eso tiene la mirada como muerta, como vacía de inteligencia, como de vaca, pero no, eso es porque ha mirado a los ojos a la muerte. Una raza que se estaba perdiendo, los nuevos agentes que estaban saliendo de la academia incluso leían, eso es real. Pero él no, real sí pero no leyó nunca un libro, total pá qué, y sabía qué hacer. Así que se dirigió al hombre con la viga en la cabeza, disfrutando del silencio que siempre una de sus apariciones provocaba, mezcla de respeto y miedo, y, apartando a un lado a Antonia, soltó johnwaineante la frase que todo agente de la ley llevaba grabada a fuego en su alma:

“Buenas tardes”.

Eran casi las doce del mediodía, pero la tradición es la tradición. La fuerza dramática de “buenas tardes” no es comparable al anodino, por ingenuo, “buenos días”.

El hombre con la viga en la cabeza, desafiante, no contestó.

Los más viejos del lugar (esquina García Noblejas con Alcalá) movieron apesadumbrados la cabeza, dispuestos a disfrutar del espectáculo. Total ya pá qué.

Jaime maldijo colérico al hombre con la viga en la cabeza, lloró desconsolado de rabia y gritó al cielo porqué, porqué Dios tanto castigo, porqué estás pruebas, Dios, Diooooooooos, porqué no me matas, Dios, porqué no me matas de una vez y acabamos con esto, pero lo hizo para sus adentros. Por fuera, su rostro era una escultura de hielo, impasible el ademán. Y Jaime, sonaron las doce en el carillón de la tienda de todo a cien, decidió jugarse el todo por el todo. Las cartas sobre la mesa. el último recurso. Hay un momento en la vida de todo hombre etc. Era arriesgado pero podía funcionar. Mascó las palabras antes de escupirlas:

“Buenas tardes”.

Una pausa dramática sobrevoló la escena, se hizo el silencio en la calle (el semáforo estaba en rojo), dilo, pensaba Carlos, ayudante de notario, virgen a los cincuenta y cuatro, no tienes porqué luchar, contesta al policía y todo irá bien. Sí, todo irá bien.

Pero el hombre con la viga en la cabeza no respondió. Se limitó a seguir ahí, en una contorsión imposible que era un grito de desafío al orden establecido, a la mismísima Creación. Aquella situación tenía algo de satánico, y el miedo atenazó los corazones de los allí presentes esa tarde si tarde es a partir de las doce del mediodía y no después de comer. Los allí presentes sabían que Jaime había hecho lo que debía, lo que se le exige a un policía, pagaban sus impuestos para que supiera qué hacer en esos casos, le había dicho “buenas tardes”,¡le había dicho buenas tardes dos veces, por el amor de Dios! Y la duda afligió con su látigo de pánico a todas las personas humanas que allí estaban y a Jaime también.¿Si la policía no era capaz de hacer nada con el hombre con la viga en la cabeza, quién podría? Ellos eran simples amas de casa, simples repartidores de propaganda buzón a buzón, simples crackers de la banca con acciones multimillonarias en empresas multinacionales, no estaban preparados para el hombre con la viga en la cabeza, nadie lo estaba.

O quizás sí.

Déjenme pasar, soy médico, se escucho entre el gentío.

Claro. Un médico. Quizás un médico era el único que podía resolver el enigma del hombre con la viga en la cabeza, devolverle la mirada al abismo de la propia ignorancia, sentimiento atávico y animal aprendido en las cavernas que resurgía con una fuerza ancestral entre un grupo de curiosos en la esquina García Noblejas con Alcalá. Sí, un médico. Había ido a la universidad y todo, él sabría qué debía hacerse.

El mar de curiosos se abrió al mesiánico galeno; todas las personas y Jaime se apartaron cuando aquel avanzó con noble porte hacía el hombre con la viga en la cabeza, hacia lo extraño, aleph de periferia, monolito de extrarradio.

El médico examinó al hombre con la viga en la cabeza con la gravedad en el rostro propia de un profesional, la multitud contuvo sonoramente la respiración cuando le rozó levemente con sus dedos al examinar sus ojos, agachado pero digno.

“Este hombre está muerto”, sentenció.

Un murmullo de asombro recorrió el gentío. Así que era eso.

Más tarde, algunos de los presentes ahí reunidos comentarían distraídos que ellos ya lo sabían. Otros lo dijeron como quien no quería la cosa, introduciendo el tema en la conversación sin venir a cuento con el objetivo último de impresionar a sus interlocutores, que disimularon su asombro y su envidia con una muy ensayada indiferencia, no fuera la sorpresa a delatar su ignorancia, algunos respondiendo que ellos vieron a un muerto cuando viajaron a Tercermundolandia, tienes que ir, una experiencia imposible de explicar (no entendieron nada al fin y al cabo, qué coño iban a explicar, pero unos colores increíbles), y los otros asintieron como vieron en las películas que asentaren los hombres de mundo que hubieran o hubiesen querido aparentar ser, dejando que el autohalago enmascarare la rabia. Cambiaron de tema, maldición.

Todo se hizo diáfano para aquel grupo de hombres y mujeres que se habían enfrentado a las tinieblas de lo desconocido y habían regresado con el premio de la sabiduría. Aquel grupo de valientes conocían el papel que el destino les había obligado a interpretar y vive Dios que lo interpretarían hasta la sobreactuación, voto a tal. El policía, el médico, el cadáver, la ancianita, el gentío; era perfecto.

Jaime lo hizo. Se volvió hacia los presentes, y dijo:

“Muévanse. Aquí no hay nada que ver”.

Jaime ya podía morir en paz. Había dicho la frase.

Y el gentío se movió. Algunos se abrazaron profiriendo diosmíos, otros apartaron la mirada sollozando nopuedoverlos, otros contemplaron al otrora amenaza ahora víctima hombre con la viga en la cabeza silbando pobre, tan jovens, pero todos hicieron su parte.

Pronto la inquietud empezó a extender sus tentáculos entre los allí presentes, excepto en el hombre con la viga en la cabeza.¿Qué debían hacer ahora? El hombre con la viga en la cabeza no podía quedarse ahí eternamente, tendrían que hacer algo y necesitaban a la persona adecuada para ese trabajo...

Así que Jaime llamó al juez, que para eso era policía.

El juez Amparanoio Uzuluagantonio Marquezsoria, que también caga, llegó al lugar de los hechos a las 12:43 junto al médico forense, Juan. A las 12:44 el médico forense Juan determinó que, sin lugar a dudas, el hombre con la viga en la cabeza había muerto a consecuencia de un traumatismo absoluto general y multiencefálico categórico y rotundo ilimitado y total con devastación severa, sin duda provocado por impacto de una viga en la cabeza.

A las 13:08 terminó la frase. A las 13:07 el juez Amparanoico Azulgantonio Balmezsoria, que no deja terminar las frases, ordenó el levantamiento del cadáver. Ante la cara de circunstancias de la multitud allí reunida, la cara aquella de sí, claro, levantar el cadáver, pues venga, si se ha de levantar se levanta, ¿no? el juez Amparanoias Zuluagantoño Marcosanchez, merced a su experiencia avalada por los muchos años ejerciendo su oficio, el juez Andrómedes Zulguntonias Martinezcampos, digo, concluyó que lo mejor, en estos casos, es llamar a una funeraria. Ellos sabrían qué hacer. Era su trabajo.

Pero el extraño caso del hombre con la viga en la cabeza no terminó allí.

El extraño caso del hombre con la viga en la cabeza llamó la atención de numerosos medios y expertos en diferentes materias. Así, fueron reveladoras las declaraciones del experto en dar opiniones de psiquiatría en la tele, el psiquiatra Mercader Chaquetas, cuando afirmó rotundo que, con una viga atravesándote el cráneo, es imposible pensar, y alertó a los atemorizados padres sobre la posibilidad de que sus hijos se sumerjan en el infierno de las vigas de acero atravesándote el cráneo. Y cobró por ello.¿Porqué no? Él sabía lo que tenía que hacerse, era su trabajo.

La clase política no pudo permanecer indiferente ante el asombroso caso del hombre con la viga en la cabeza, y el gobierno se comprometió a liberar de la lacra de las vigas de acero a la sociedad, tomándose medidas inmediatas como, por ejemplo, la detención de numerosos edificios con vigas de acero en sus estructuras, aumento del gasto del Estado en policías y cámaras de seguridad que vigilaran cualquier movimiento sospechoso de las vigas en todas las calles, en todas las casas, en todas las máquinas de tabaco (en estas últimas especialmente, de todos es sabida de la propensión de las vigas de acero al tabaquismo), y modificando leyes que les permitieran llevar a la cárcel vigas de acero, creando así un peligroso precedente: primero serían las vigas, ¿y luego? ¿Quien sería el siguiente? Que Dios se apiadase de las tostadoras si a alguna de ellas se le ocurría caer en una bañera. La oposición se dedicó a vociferar que tales medidas eran cortinas de humo para ocultar que los miembros del gobierno vivían en casas con vigas de acero y que iban a vender el país a la industria siderúrgica, que se vio beneficiada por la campaña publicit... digoo... de desprestigio iniciada por la clase política. A los que sugerían que quizás las vigas no tenían la culpa, que quizás la culpa era de la ley de la gravedad (la mayoría de estos eran jipis de letras que odiaban lo que no entendían) se les acusó de amigos de las vigas de acero, así que se procedió a la clausura de sus locales sociales, es decir, sus bares, tildándose sus publicaciones y medios afines de “propaganda viguista”, provocando así que los jipis de letras se reafirmaran en sus ideales acerca de las bondades de las humanidades.¿Y porqué no? Los políticos sabían lo que tenía que hacerse en estos casos, era su trabajo.

El archimegacardenal supremoapiñón másmola Ronco Pasarelas proclamó, solemne y haciendo honor a su nombre, tras el vuelo entre la espesa niebla de las siete, que si el hombre con la viga en la cabeza había sido bueno iría al cielo, y que si había sido malo al infierno, y cobró por ello (el archimegacardenal, no el hombre con la viga de acero en la cabeza), aunque Dios desaprobaba el atravesarse el cráneo con una gruesa viga de acero, y culpaba de ello a un demasiado moderno modelo de sociedad descreído, decadente, ateo y maricón, al que, como no le hacia caso, ponía morritos.¿Y porqué no? Él sabía qué opinaba Dios en estos casos, era su trabajo, y su trabajo peligraba. Amén.

El Rey del Bourbon, interino con plaza fija en la historia y espejo de funcionarios que aspiran a una eterna hora del desayuno, por su parte, mensajeó a los españoles todos en esas fechas tan entrañables.¿Y porqué no? Él sabía lo que tenía que hacerse en esas fechas tan entrañables.

Los españoles todos, por su parte, hicieron su alineación perfecta para la selección nacional.¿Y porqué no? Todos y cada uno de ellos sabía lo que tenía que hacerse con esos vagos.

5 comentarios

Vida Puta y Sin Talento -

Celebro el cambio de color en el fondo, aquel verde era casi un disparo directo a mi "celebro", mendiós!

Ahora mucho mejor.

Saludo!

francotirador -

hola doctor foreman; pues no, a estas alturas los pelos en la lengua pa qué... y gracias por lo de cabrón, me he puesto rojo...

javier, la guerra es larga pero de vez en cuando relaja disparar una ráfaga que se lleve por delante todo lo que pille... lo a gusto que te quedas...

gracias viktor!

Viktor -

Donde está el botón de los aplausos?

Javier -

Érase un hombre a una viga pegado...

Menudo despliegue, ahorra balas que la guerra es larga, por no decir eterna.

Saludo!

Doctor Foreman -

Juas! Qué cabrón! Sin pelos en la lengua, ¿eh?